La noche de Nochebuena se acercó a su papá que estaba sentado todavía a la mesa, y le presentó la caja envuelta en el precioso papel de regalo. “Es para ti, papi”, murmuró. El padre se enterneció. Seguramente había sido muy duro. Desató lentamente la cinta, separó con paciencia el papel dorado y abrió poco a poco la caja. ¡Estaba vacía! La desagradable sorpresa encendió de nuevo su irritación y explotó. “¿Y has desperdiciado todo este papel y toda esta cinta para envolver una caja vacía?”. Mientras las lágrimas volvían a asomar a sus grandes ojos, la niña dijo: “¡Pero sí no está vacía, papá. He puesto dentro un millón de besos!”. Hay un hombre que en su mesa de despacho tiene una caja de zapatos. “Pero sí está vacía”, dicen todos. “No. Está llena del amor de mi niña”, responde él. Los regalos son un signo visible del amor. Casi todo lo que se ha escrito sobre el amor indica que el punto principal de ese sentimiento está en el dar. Para algunos hacer y recibir regalos, signos visibles del afecto, es el mejor modo de mostrar que se ama. Un regalo es algo que se puede apretar en la mano diciendo: “Me quiere” o “Ha pensado en mí”. No importa su valor real. Las madres recuerdan los momentos en que sus hijos les regalaban flores. Se sentían amadas, aunque las flores eran banales. Los niños suelen hacer pequeños regalos a sus padres y esto demuestra que hacer regalos es importante para el que ama. Los regalos no deben ser necesariamente caros, ni se deben hacer cada semana, y su valor no tiene nada que ver con precio, sino con el amor. Pueden ser de todo tipo, color o dimensión. Pueden comprarse, encontrarse o hacerse. El marido que recoge en el borde del camino una flor para regalársela a su esposa realiza un acto de amor. Quien tiene la posibilidad, puede comprar una tarjeta de felicitación de cinco euros, mientras que el que no tiene dinero puede hacerlo con un pedazo de papel, recortándolo en forma de Sin embargo, el rito de dar es complejo. En este rito se mezclan lenguajes diferentes: el de dar y el de pedir, el de dar y el de recibir. Para que un regalo sea tal debería ser totalmente gratuito. Muchas veces, en cambio, el regalo enmascara una necesidad de chantaje: no es gratuito, pide algo a cambio. El niño, dicen los expertos, está acompañado en su camino por un objeto de amor (la figura materna) y por un objeto-sustituto (el objeto transicional, el chupete o cualquier otra cosa). Si la presencia de la figura materna es escasa, el niño centra su atención en los objetos inanimados para sustituir a su madre y empieza a “meter” en esos objetos todo el bien que no logra ya encontrar en el rostro humano. Los objetos no son ya para él un sustituto ocasional de la madre, sino que se convierten en “la madre”. El objeto se hace para él más importante que la persona. Por desgracia también los padres se acostumbran a que los sustituyan las “cosas”. Si los hijos crecen viendo que cada requerimiento de afecto queda satisfecho por medio del regalo de un objeto, se sentirán llevados a idolatrar los objetos con perjuicio de las relaciones. Los regalos corren el riesgo de convertirse en piezas de cambio que necesita el adulto para aliviar sus propios sentimientos de culpa. Si un progenitor en vez de comprar un objeto busca alternativas que supongan su propia disponibilidad, se dará cuenta de que muchas veces la petición de un regalo no es más que el ruego de una presencia afectiva. La repetida demanda: “Papá, acuérdate de la bici”, puede ser simplemente una invocación: “¡Papá, acuérdate de mí!”. El regalo es, pues, con frecuencia, la forma más simple y eficaz para acallar esta petición. Los regalos, a menudo, se hacen precisamente porque no exigen mucho al que los hace, solo dinero. En nuestra cultura el lenguaje del regalo corre el peligro de reducirse a un intercambio, a un trueque de objetos y tranquilizantes. Padres e hijos pierden la posibilidad de hablarse, entenderse, comprenderse. Se reduce todo a un intercambio mecánico. Solo queda, al final, un poco de soledad empaquetada con una cinta plateada. Hay un regalo que es el mejor signo de amor que pueda existir. Es el regalo de sí mismo, el regalo del tiempo, de la presencia. Estar presente con el corazón y físicamente cuando el cónyuge y los hijos tienen necesidad de afecto, es el regalo más precioso que se pueda hacer. |